
Andrés Vázquez de Prada, “El Fundador del Opus Dei”, Tomo III, cap 20
El 4 de agosto de 1958 se presentó el Fundador en Inglaterra. Enseguida firmó en el dorso de una fotografía: Sancta Maria, Sedes Sapientiae, filios tuos adiuva; Oxford, Cambridge, 5-VIII-58.
Hizo un recorrido por Londres. Se llegó a la City. Por sus calles se apresuraba la gente: oficinistas, empleados con hongo, traje oscuro y cuello almidonado. Había un tráfico denso de autobuses rojos y taxis de charol negro. Todo apretado, con prisas y febril. Por todas partes aparecían rótulos con fechas antiguas: Established in 1748; ...in 1760; ...1825... La mente del Padre penetraba su significado histórico, abarcándolo en sus consecuencias: continuidad en el trabajo, transacciones con todos los continentes, riqueza, poderío económico...; una costra secular y resistente. Era la City como un viejo árbol centenario, con las raíces al aire. Y, circulando entre la multitud, cada cual a su tarea, se veían rostros y atuendos de lo más exótico: indios, africanos, chinos y árabes.
Calibraba el Fundador los hechos, instalado en la presencia de Dios. Consideraba cuán insuficientes serían su esfuerzo e intrepidez, vertidos en aquella encrucijada del mundo. Y debió sentir un roce de desaliento al medir sus fuerzas materiales con el poderío de la City. Pero no se dejó abatir. Al encararse interiormente con el Señor, examinó recursos, sacando la palmaria conclusión de que llevar todo eso a Cristo —tantas almas y tantas empresas— requería una palanca y un esfuerzo.
(...)
Fueron días de oración y trabajo. Pensando en la gente que deambulaba por las calles, en tantos que no amaban a Dios, o tenían un conocimiento superficial de Cristo, se sentía impotente para hacer algo. Esa impotencia le llevaba a Dios, como niño que acude a su padre. Y hacía oración, que es el secreto de la eficacia del Opus Dei, y, según les dijo en Londres, servía como un gran paraguas contra las incidencias del tiempo y las contrariedades.
El lunes 11, estuvo en Cambridge. Y el miércoles, en una tertulia en Netherhall House, por la tarde, les habló de la expansión por Oxford, por Cambridge, por Manchester; mostrándoles las posibilidades apostólicas desde Inglaterra, que era una encrucijada del mundo; por allí pasaban gentes de todos los continentes y naciones. Países a los que no había llegado aún la Obra en su expansión apostólica y donde se les esperaba. Sus hijos le escuchaban atentos.
Estuvo en Michaelham Priory, Eastbourne... Renovó la consagración de la Obra al Corazón de María en el santuario de Willesden, el día 15. ¿Podría remover Inglaterra?
Debió ser por entonces cuando el Señor le contestó claramente con una locución, una de tantas como tuvo, y que tan firmes quedaron en su memoria: «¡tú, no!; ¡Yo, sí!» Tú, ciertamente, no podrás; pero Yo sí que puedo.
A esa experiencia sobrenatural se refirió, a su vuelta a Roma, cuando contaba a sus hijos en una meditación:
Me encontraba hace poco más de un mes en una nación a la que quiero mucho. Allí pululan las sectas y las herejías, y reina una gran indiferencia ante las cosas de Dios. Al considerar ese panorama me desconcerté y me sentí incapaz, impotente: Josemaría, aquí no puedes hacer nada. Estaba en lo justo: yo solo no lograría ningún resultado; sin Dios, no alcanzaría a levantar ni una paja del suelo. Toda la pobre ineficacia mía estaba tan patente, que casi me puse triste; y eso es malo. ¿Que se entristezca un hijo de Dios? Puede estar cansado, porque tira del carro como un borrico fiel; pero triste, no. ¡Es mala cosa la tristeza!
De pronto, en medio de una calle por la que iban y venían gentes de todas las partes del mundo, dentro de mí, en el fondo de mi corazón, sentí la eficacia del brazo de Dios: tú no puedes nada, pero Yo lo puedo todo; tú eres la ineptitud, pero Yo soy la Omnipotencia. Yo estaré contigo, y ¡habrá eficacia!, !llevaremos las almas a la felicidad, a la unidad, al camino del Señor, a la salvación! ¡También aquí sembraremos paz y alegría abundantes!
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