
Dar la vida por amor a un ser querido, o a la verdad, o a las dos cosas, es la máxima afirmación posible del sentido de la existencia. Se puede dar la vida hasta la muerte, o darla gota a gota, día a día, en el gastarse y desgastarse por los demás. Muchas de las películas galardonadas en la XIII edición de los Premios Alfa y Omega iluminan esta expresión última de la vocación humana que pone al hombre en condiciones de reconocer a Dios como el único capaz de satisfacerla plenamente.
El protagonista de La vida de los otros arriesga su vida por dos personas con las que no ha hablado nunca; la madre de familia de La ganadora sacrifica silenciosamente todos sus sueños por el bien de los suyos; en Luz de domingo, el humillado personaje de Urbano da la espalda al amor propio y a la venganza para afirmar lo que hace al hombre digno, algo parecido a lo que hace el General Kuribayashi en Cartas desde Iwo Jima; también en Después de la boda nos encontramos con tres personajes que, por amor, hacen con sus vidas lo que nunca hubieran imaginado. La profesora de música de Cuatro minutos dará sus últimas energías por alguien que parece no merecerlo. Por último, Disparando a perros nos ofrece el testimonio más pleno, el de un sacerdote mártir que entrega su vida amando incondicionalmente a su verdugo. Un año que nos deja películas memorables.
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